sentidos, acostarse juntas, engañarle? No, no. «¡Pero entonces!...»
De pronto Plese se fijó en la extrema palidez y en las profundas ojeras que daban aquella noche á su amigo un aspecto de convaleciente, y con aire malicioso, dijo:
— El pobre Carlos no puede ocultar sus exquisitas fatigas. Hoy nos cuenta, con el rostro ojeroso, la historia de su idilio de anoche... Mis felicitaciones, señora...
— ¡Ah! —exclamó Margot irónicamente—. ¡Ah!...
Y Liliana, muy tranquila, repuso:
— Si está fatigado es porque se fatiga fuera de casa, pues nuestras noches no tienen, en verdad, nada fatigantes.
Llorede se mordió los labios, colérico y humillado. Luego, para no dar margen á nuevas impertinencias, habló de París, de los asuntos del día, de la sesión de la Cámara de Diputados, en la