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Página:Del amor, del dolor y del vicio.djvu/164

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y un eterno embeleso del alma... ¡Oh! ¡aquellos días! ¡aquellos días en que todo sonaba á sus oídos como un divino epitalamio, en que el sol no parecía brillar sino para dar más esplendor á la cabellera de Liliana, en que el aire parecía traer, en sus alas, besos, suspiros, alientos tibios!... Y viviendo de nuevo, con la imaginación, todo su pasado adorable, Carlos sentíase sin fuerzas para soportar el aislamiento... Y de sus párpados las lágrimas resbalaban, abundosamente, bañando su rostro crispado y lívido.

«¿Adónde ir?» Él no lo sabía, en verdad... «¿Adónde ir? ¿A qué?...» Su vida no tenía ya objeto ninguno.

Una chiquilla friolenta y enfermiza se acercó y le pidió, «por el amor de Dios, una limosnita». Instintivamente y sin volver siquiera hacia ella los ojos llorosos, Llorede sacóse del bolsillo una moneda y se la dio. Un instante después, la chiquilla volvió sofocada diciendo: «¡Caballero! ¡Caballero!» —«¿Qué quieres?»