la crisis haya pasado, cuando se canse de otros hombres, cuando se convenza de que todos son iguales... Y, después de todo, si no le conviene seguir siendo mi amiga, bien puede decírmelo con claridad... Pero no... Lo único temible sería una reconciliación, y eso me parece imposible, al menos por ahora... ¡Luego.. luego, Dios dirá!...»
La marquesa no experimentaba ningún deseo fijo y definido. Parodiando á las heroínas de Stendhal, solía, á veces, en el aislamiento silencioso de sus mañanas, interrogarse á sí misma, buscando su propia alma en el laberinto contradictorio de sus impresiones anhelantes y brumosas. Sólo una idea era en ella neta: la voluntad de ser libre y de gozar sin reserva alguna de su libertad. En cuanto á los medios de realizar su deseo, no los conocía. Su proyecto de vida futura semejábase á un vasto plano de futura ciudad, en el cual un ingeniero no hubiese trazado sino el alineamiento general, dejando