me respondió, un día que yo le hablaba de su situación, citando á lord Byron y á otros muchos grandes hombres que han vivido con sus hermanas...
— Los cainistas; sí...
En una mesa contigua á la de Liliana, dos chicos que no parecían tener más de diez y ocho años apuraban á grandes sorbos sendos jarros de cerveza, con templando con embeleso el espectáculo del vicio que se ofrecía á sus ojos adolescentes. Ambos eran rubios y muy pálidos, con rostros finos y atrevidos, de andróginos lascivos. Las mujeres, al pasar, les acariciaban los cabellos llamándoles «señoritas», ó aconsejándoles que fuesen á acostarse con sus mamás. Ellos levantaban entonces las manos, y con un gesto rápido y simultáneo, acariciaban el pecho ó las piernas de sus interlocutoras, para probarles que ni eran «señoritas» ni tenían deseos de dormir con sus mamás.
De pronto uno ellos, el más joven, sacó de la faltriquera un tabaco inmenso, y