que comienza á envanecerse con sus triunfos... ¿Y la Muñeca?...
— En efecto, ¿qué se ha hecho la Muñeca? —interrogó Rimal.
Temiendo alguna indiscreción hiriente ó burlona, Robert tomó la palabra:
— La Muñeca —dijo— no era ni con mucho la mujer que convenía á Llorede... No quiero decir que sea una mala mujer, ni mucho menos... pero, en fin, Carlos necesita algo más sencillo, más natural, menos literario, menos curioso y menos lascivo que esa chica... Uds., que la conocen tanto como yo, comprenderán lo difícil que debe de haber sido para nuestro amigo vivir al lado de una mujer caprichosa, orgullosa, ávida de sensaciones raras y casi histérica. Yo le hablé varias veces de eso á Carlos, con una franqueza brutal, y creo que mis consejos contribuyeron á decidirle...
— Entonces —interrumpió Plese—, ¿tú te figuras que fué él quien se marchó, y no ella quien le obligó á marcharse?