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roso y lomo negro al general Enrique Martí- nez: «has estado flojo, hijo », no olvidaba decirle misia Encarnación, amonestándole maternalmente por el uso de términos tan moderados. ¿A qué recargar todavía las som- bras del retrato con rasgos físicos como el del prominente mentón hirsuto, cuando los mo- rales bastan de sobra para poner de relieve el

carácter viril de la mujer de Rosas ?

Acabamos de ver erguirse, en un expre- sivo autoretrato, la enérgica silueta de la compañera del Restaurador. Tratemos ahora de delinear la de la esposa de Avellaneda, empezando antes por reconstruir, como lo hicimos con misia Encarnación, el ambiente político social que sirve de fondo a la figura. Han transcurrido cuatro décadas. Una ya ex-