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Se comprende sin dificultad que, en tales con- diciones, la cordial convivencia de huésped y casero era punto menos que improbable, o, por mejor decir, que la ruptura entre ambos constituía un hecho casi seguro. Con tan pro-.
Ingar a numerosos conflictos de diverso género. Varios de ellos proporcionaron materia a prolongados debates, otros se resolvieron en los campos de batalla y algunos no quedaron sino para risueños comentarios. A estos úl- timos pertenece el que vamos a referir.
La guerra del Paraguay había concluído e iban a re- gresar a Buenos Aires los últimos restos del glorioso ejér- cito que había llevado a cabo una larga y penosa cam- paña... La capital de la república se preparaba a recibir dignamente a los sobrevivientes... El programa de las fiestas había sido ya formulado y hasta se había publicado el itinerario que debían seguir las tropas y en el cual es- taban comprendidas la casa de gobierno nacional y la de la municipalidad, que pertenecía entonces a la provincia y ocupaba el local donde está hoy la intendencia, y una parte de lo que es hoy Avenida de Mayo.
El presidente Sarmiento quería presenciar el desfile desde un punto que le permitiera ver de cerca el ejército y dirigirle una proclama, no siendo apropiada para ese objeto la Casa Rosada, que estaba separada de la vía pú- blica por rejas y jardines.
La municipalidad le hizo invitar para que concurriera a sus balcones, pero el presidente se valió de algún inter- mediario a fin de hacer comprender que el primer magis-