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prestigio de porteño, en parte también por la guerra del Paraguay, que acalló, durante al- gún tiempo, las disensiones internas. El san- juanino Sarmiento gobernó en un ambiente urbano francamente inhospitalario, y, para entregar el bastón presidencial al tucumano Avellaneda, vióse antes obligado a hacer fren- te a una rebelión, cuyo motivo ostensible o pretexto ocasional — la imposición oficial de una candidatura — enmascaró, como de cos- tumbre, la verdadera causa eficiente : los an- tiguos recelos y rivalidades que, desde los lejanos tiempos de la colonia, habían dividido y opuesto en dos grupos contrarios a los na- cidos aquende y allende aquel tan mentado arroyo del Medio, cuya insignificancia canda- losa simbolizaba bien mal, ciertamente, las no disimuladas repulsiones psicológicas y las reales divergencias de intereses entre abaje- ños y arribeños, entre porteños y provincia- nos. Tal es, en el orden político, la temperatura
moral de la época en que nos proponemos