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tencionada con que acompaña sus suaves iro- nías, el delicioso causeur desenvuelve ante su gentil y atento auditorio un tema adecua- do a las circunstancias : el de los peligros a que se expone el prestigio de las niñas casa- deras, con una excesiva exhibición social. «Corren el riesgo de llegar a parecerse — dice de ellas en conclusión — a esas telas colgadas como muestra en la puerta de las tiendas, desteñidas por el aire y el polvo de la calle, adornadas con lunares por las mos- cas, ajadas por las manos de los clientes que las arrugan para ensayar su calidad : todos las miran o las palpan y ninguno las compra. » Y, con este, a modo de epifonema, que re- sume gráficamente su demostración, Goyena se esquiva del grupo interesante, que, entre risueño y pensativo, queda celebrando la in- geniosa alegoría, mientras el ático maestro cruza sin detenerse el perfumado patio anda- luz — donde se ha dado sitio de honor a una
enorme estrella de flores que no encontró ca-