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de todos los días, ya sea recibiendo, en esas mismas salas destinadas a los saraos, la visita de susamigas de etiqueta o de poca confianza, va sea actuando en su saloncito particular, especie de santuario reservado a los íntimos, de despacho oficial de la señora, y, en ocasio- nes también, de consultorio social, todo a la vez. Setialemos, antes que nada, uno de sus rasgos más acentuados: su respeto por las creencias ajenas. Sus amigas lo eran así, casi todas por no decir todas las grandes damas dela sociedad porteña de la época, sin excluir, siquiera, a las esposas e hijas de los adversa- rios de su marido por razones de política. Los vaivenes de ésta solían retraer temporalmente a algunas damas de los salones de misia Car- men sin que jamás las alejaran por completo. Cualquier cireunstancia que se presentase, la organización de un concierto o bazar de cari- dad, una obra social emprendida en común, servía dle pretexto para reanudar el comercio amistoso interrumpido, y el afecto recíproco,