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gen de doña Carmen Nóbrega no vive y se sale del lienzo sonriéndonos dulcemente, culpa será de la impericia del retratista, que no mejoraría su obra con añadir otros rasgos alos ya acumulados. Alejándonos ahora un tanto de la tela y volviendo a contemplarla, vemos en ella destacada una simpática figura de gran dama argentina ; una severa y bonda- dosa matrona; una mujer, fina y penetrante, culta y discreta en lo intelectual; piadosa, caritativa y tolerante en lo moral; amable y todo corazón en lo afectivo; una señora, en fin, dotada de un carácter que aliaba la suavi- dad del terciopelo a una firmeza diamantina. Compenetrada, en un todo, con el estadista que fué su compañero, cooperó, en la obra de éste, en forma inapreciable, despejando de piedras la senda porque subía, aliviándole del peso fatigoso para la marcha, fortaleciendo su voluntad en los pasos difíciles, curando sus heridas con el bálsamo del cariño, tejién-

dole coronas con los laureles conquistados en