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ronle a Mariquita la gracia de la belleza; dié- ronle, en cambio, resarciéndola con usura, la belleza de la gracia. Sin ser propiamente fea, María Sánchez no descollaba por la académi- ca perfección de las líneas del rostro, como lo demuestran acabadamente los mejores retra- tos suyos que han llegado hasta nosotros : la pequeña tela, en poder de su distinguido biz- nieto don Faustino Lezica, pintada por mano poco hábil, en el año mil ochocientos veinte y tantos; el poético óleo de Rugendas, del año 1845, según creo; y el fidelísimo dague- rreotipo de Pozzo, sacado probablemente en-
tre los años 1850 y 1860, propiedad, los úl-
levantar su espíritu, poniéndolas en comunicación de ideas y de aspiraciones con él... Una de las señoras más distin- guidas de aquel tiempo, doña J. F. de S. contaba en una numerosa reunión que la noche anterior había estado en el «salón de Rivadavia »; y ponderando lo que le babía oído y aprendido, exclamó entusiasmada : «¡ Es un hom- bre precioso !...» Exensado decir que provocó grandes tentaciones de risa ; pero ella repitió: «;¡ precioso e inte- resante !» Y lo singular es, que tanta verdad había en el elogio como en las risas que lo habían cruzado.