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movimientos, María Sánchez reproducía el tipo encantador de no pocas mujeres porte- ñas, timando, en eurítmico consorcio, la sal gitanesca de una granadina con el encanto sutil y la suprema elegancia de una parisien- se. Y para no incurrir en el tilde de exagera- do que acabo, hace un instante, de ponerle a López, voy a atribuirme la libertad de ceder aquí la palabra a un turista francés, excelen- te observador de las costumbres de nuestro país, y a quien debemos una amable y muy bien pincelada semblanza de la porteña de an- taño, inspirada en la propia Mariquita Sán- chez, cuya gracia conquistadora dejó deslum- brado al entusiasta viajero :

Corramos pronto a situarnos en las cuatro es- quinas de las calles del Perú y de la Victoria, a una cuadra de la Plaza... En momentos que se comienza a iluminar la ciudad, el ruído cesa gra- dualmente; las carretillas y los carros han sido reconducidos al lugar de su paradero; los chan- gadores, representados por negros robustos, mu-