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ríen, bajo el manto, a más de un caballero cuyos galanteos han favorecido... Observad aquel nue- vo grupo que avanza y en medio del cual se per- cibe esa soberbia figura que lleva altivamente, pero con majestad, la cabeza adornada con rosas y coronada por un magnífico peinetón... Es la be- lla Mariquita, a quien se llama la «estrella del sur». Esa multitud de jóvenes, cuya conversa- ción es tan animada, no la dejará pasar sin ren- dirle sus homenajes. Rodeada por todos ellos, ved con qué gracia encantadora, con qué soltura con- testa a cada uno llamándole por su nombre. El círculo aumenta, pues Mariquita subyuga todos los corazones... Extranjeros o porteños, todos ambicionan el honor de ser por ella notados. Se la cumplimenta por la gracia que desplegó en la última tertulia, bailando divinamente un « cieli- to» y la «montonera ».
Ayudada por su madre, primas, tías y criadas, consigue al fin Mariquita desprenderse de la mu- chedumbre de adoradores. He abí que se dirige del lado de la Alameda; sigamos la corriente que nos lleva tras ella. ¡Cómo recobra su dignidad, su porte de reina ! La creeréis orgullosa, inarborda- ble, desdeñosa. Y bien, nada de eso: es la mejor