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plicar la fórmula, y tendréis un salón, como lo * tuvieron algunas grandes damas europeas, que sea asilo de la cultura, invernáculo don- de crezcan las flores raras de la cortesía y el buen tono; academias donde se ejerza la ma- gistratura del gusto estético ; escuelas donde se practique la virtud de la tolerancia; uni- versidades donde se curse y profese las altas « civilidades > que hacen posible el eucanto y la dicha del vivir.

Un poco de lo apuntado, ya que todo ello sería ingenuo, aun hoy mismo, pretender en- contrarlo en sociedades incipientes como la nuestra, hubo en las tertulias íntimas y en las grandes recepciones de la señora de Men- deville; la que halló en su segundo cónyuge un colaborador competente y siempre dis- puesto a secundarla en tan gratas tareas, paralas cuales poseía aptitudes especiales, no acompañadas, por desgracia, de otras menos brillantes pero más indispensables. en el go-

bierno de la vida. No es inferir un agravio a