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cuanto que, no sólo sigo tu doctrina, sino las re- glas del honor y del deber. ¿ Qué harías si Encar- nación se te hiciera unitaria ? Yo sé lo que harías. Así, mi amigo, en ta mano está que yo sea ame- ricana o francesa. Te quiero como a un hermano y sentiría me declararas la guerra. Hasta enton- ces, permíteme que te hable con la franqueza de nuestra amistad de la infancia, y créeme tu amiga.

Es rasgo común a déspotas y a poderosos, el admitir que, en determinadas circunstan- cias, se les contradiga y hasta se tenga la osa- día de lanzarles al rostro verdades mortifican- tes. Rosas no escapó, seguramente, a la regla. Poseía, por otra parte, la gran condición, tan útil en la vida, de saber esperar. Todo induce, pues, a suponer que, por entonces, dejó sin respuesta a su cara amiga de infancia, devo- rando en silencio la irritación que no pudo dejar de causarle el cáustico billete de la < francesita >». Lu francofobia ambiente, cada vez más acentuada, y que culminaría en aquel pintoresco grito : ¡ Muera el rey guarda chan-