Quisiera parecerme a usted en el arte de médi- ca de los corazones enfermos — escribe a su amiga Mariquita. — Usted tiene, siempre a mano, bál- samo para poner sobre las heridas, y yo, espinas; porque, sin duda, estaba de duelo la naturaleza cuando me formó a mí tan lúgubre, y se ocupó de usted en sus días «le triunfo y esplendor.
Este tema vuelve sin cesar, con ligeras variaciones, en las cartas de la señora de Sán-
chez y demás amigas a doña María Sánchez :
Usted sabe, con dedos de rosa tocar las llagas del corazón y del alma, para mejorarlas, si es im- posible curarlas... Usted tiene el instinto de la beneficencia, y por ese celestial instinto, sin que- rer lisonjear, lisonjea usted a una madre por el lado más sensible a su corazón.
Llenaríamos páginas enteras, si nos pro- pusiéramos copiar todas las frases análogas a éstas que hallamos en las cartas dirigidas a María Sánchez de Mendeville, cuya her-
mosura moral resulta así atestiguada por el