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les, y sobre todo, la de Suecia, a quien temen los bolcheviques porque es su vecina y puede mucho contra ellos.
— ¡Pues bien! —le dije—, me voy en seguida a la Embajada de España. Usted conoce los sen- timientos del señor Contreras. Hará hasta lo im- posible por salvar a nuestros compatriotas,
No me había yo engañado. El encargado de Negocios de España declaró, desde luego:
—Es preciso proceder inmediatamente. Voy a convocar a los embajadores neutrales,
Pero reapareció la frase:
—Será preciso, ante todo, que Suecia esté con nosotros. Nada podremos sin ella. Sin embar- go, no me es posible preguntarle sus intencio- nes, porque no puedo exponerme a una nega- tiva. ¿Cómo haríamos para conocer sus senti- mientos?
Entonces me atreví a exclamar:
—Iré yo misma. Conozco al encargado de Negocios, el barón Koskull, que me recibirá,
Y partí, como lo había dicho, llena de auda- cia; pero perfectamente tranquila.
El barón Koskull me recibió inmediatamente, preguntándome en qué podía serme útil.
No abordé el asunto de golpe; comenzando por interesar al barón en la suerte de las mujeres francesas y presentándole su espantosa situación con el cierre de la frontera finlandesa, que les