DIARIO DE UNA COMEDIANTA 35
sabemos cómo, deben ser ciertas. Los periódicos las precisan. Son oro molido para la causa revo- lucionaria.
Hay además otros rumores que circulan entre ciertas gentes.
Hay personas que mezclan trágicamente la actitud del zar con los acontecimientos de la guerra, de esta guerra, de la que no se habla aquí bastante y la cual se desarrolla a lo lejos de un modo inquietador.
Estas personas refieren las cifras tan elocuentes de las víctimas caídas desde 1914, Se menciona, no centenas de millar, sino millones, y he aquí que se acusa a la Corte, a la emperatriz directa- mente y al emperader por su debilidad, de haber tenido con Alemania complacencias culpables y fatales.
Esto se murmura entre el pueblo, Y la tempes- tad sube, y sube más cada vez...
Al ver todo esto, me pregunto:
—¿Qué hago en medio de semejante tormen- to? Estoy aquí inútilmente. El Teatro Miguel se halla cerrado. La vida se hace imposible por su carestía. Mi lugar ¿no está mejor en mi país?
Se me asegura que en el desorden del movi- miento revolucionario, la salida de los extranje- ros no se ve con malos ojos. Al contrario, somos inapetecibles para estos hombres nuevos de Ru-
