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el almirable Klemlin está bajo el fuego de la ar- tillería, porque los partidarios del antiguo régi- men están refugiados allí.
Los revolucionarios se han apoderado del de- pósito de alcohol, y la turba ebria, ya sin freno, invade las casas cercanas para saquearlas,
Un amigo que logró tomar el tren y escapar de Moscú, me contó que anteayer en la noche, a las diez, la Guardia roja llegó a su casa. Él te- nía uná cartera con treinta mil rublos, y al ver a esos hombres, mi amigo se apresuró a lanzar la cartera hacia una lámpara colgante, que era en forma de copa.
Avanzó hacia los soldados y les dijo:
—¿Qué esperáis para salir, ahora que me ha- béis quitado todo?
El asombro se pintó primeramente en sus semblantes; después los soldados se miraron en- tre sí con desconfianza, y se preguntaban si, por casualidad, algunos de ellos no habrían ya ve- nido sin comunicarlo a los demás,
Finalmente, resolvieron marcharse, y fueron a saquear otra casa de la vecindad, que es de una francesa.
Nuestra calidad de franceses, ¿ya no es respe- tada entonces?
Sin embargo, en el Consulado nos dieron do- cumentos especiales para nuestra seguridad, que indican la nacionalidad que tenemos y que debe-