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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 67

y lo mejor sería reír de eso, en estos tiempos en que casi henos olvidado lo que es la risa.

A las once de la noche sonó la campanilla de mi puerta. Las once de la noche es una hora muy razonable en Petrogrado, hasta en estos momentos. Mientras no sea la una de la maña- na, nadie debe sorprenderse de oír sonar la cam- panilla,

Dos hombres se presentaron. Yo diría dos ca- balleros. Estaban convenientemente equipados y tenían un aire solemne,

Aquellas personas venían a... pedir el voto de mis criadas, porque la Constituyente se abre el jueves, y los bolcheviques se esfuerzan por re- unir el mayor número posible de votos.

Me precipito a la cocina y prohibe a las cria- das que se mezclen en eso, tratando de demos- trarles todo el mal que puede sobrevenir si el par- tido bolchevique llega a predominar y si toma actitudes oficiales, además de las bandas de sal- teadores e insurgentes.

Mis palabras no hacen mella. Las criadas mueven la cabeza mal convencidas por mi ins- tancia,

Una de ellas me dice:

—Los bolcheviques llegarán tal vez a sacar a Rusia de este callejón sin salida.

—i¡Jamás, jamás, desdichada! —respondí.

Y encontrando el argumento decisivo, el úni-