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a los clientes y a los pilluelos les manifestaba su firme propósito de ir a ver a Senista el primer día de Pascua.

—¡Dejar de ir sería una porquería! —añadía—. Iré sin falta. Y le llevaré un regalo: ¡Ahí lo tienes, muchacho, tómalo!

Pero al par que hablaba de este modo, imaginábase también otra escena: veíase a sí mismo entrando en la taberna, en cuyo fondo, ante un mostrador, había gente bebiendo "vodka". Temeroso de su flaqueza, contra la que se sentía incapaz de luchar, le daban ganas de gritar con resolución:

—¡No, iré a ver a Senista!

Su mente quedaba como envuelta en una neblina grisácea, en medio de la cual destacábase el pañuelo con cenefa encarnada. Sazonka veía en ello un reproche y una advertencia amenazadora.

III

El primer día de Pascua, y también el segundo, Sazonka, borracho perdido, armó escándalos, dió lugar a que le pegasen de firme, y pasó la noche en el puesto de Policía. Hasta el cuarto día no fué a ver a Senista.

La calle, inundada de sol, estaba llena de gentío abigarrado y vestido chillonamente, que reía y alborotaba. Se oía por todas partes la música de los acordeones, el ruido de los discos metáli-

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