III
La madre dormía, tras un día de trabajo rudo y de abundantes libaciones de "vodka", con un sueño profundo. En la habitación de detrás del tabique brillaba sobre la mesa una lamparita de cocina. Su débil luz amarillenta atravesaba con trabajo el cristal casi opaco de la pantalla, iluminando extrañamente la cara de Sachka y la de su padre.
—Es bonito, ¿verdad?—preguntó Sachka por lo bajo.
Le enseñaba a su padre el angelito sin ponerlo a su alcance para que no lo tocase.
—Sí, hay en él algo singular—murmuró el padre, mirando pensativo el juguete.
En su faz se pintaba la misma atención concentrada y la misma alegría que en el de Sachka.
—Míralo—continuó—; parece que se dispone a volar.
—¡Sí, ya lo veo!—respondió Sachka con aire triunfal—. No tengo menos vista que tú. Mira las alitas. ¡Pero no lo toques! Tienes la mala costumbre de tocarlo todo. ¡Podías romperlo!
Cruzadas las manos a la espalda, el padre se puso a examinar, can ojos sombríos, el angelito. Sobre la pared se destacaban las sombras deformes e inmóviles de dos cabezas inclinadas, una grande, de revueltos cabellos; la otra, pequeña y redonda. En la grande tenía lugar un trabajo