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LIBRO II.

tetradracmo[1] y recibiese por legítimos muchos de ellos». Habiéndole dicho Esquines: soy pobre; nada más tengo que mi persona, me doy todo a vos, respondió: «¿Has advertido cuán grande es la dádiva que me haces?» A uno que estaba indignado por hallarse sin autoridad, habiéndole usurpado el mando los treinta tiranos, le dijo: «¿Y qué es lo que en esto te aflige? Que los atenienses, respondió, te han condenado a muerte. Y la Naturaleza a ellos», repuso Sócrates. Algunos atribuyen esto a Anaxágoras. A su mujer, que le decía que moriría injustamente, le respondió: «¿Quisieras acaso tú que mi muerte fuese justa?»

Habiendo soñado que uno le decía:

Tú dentro de tres días
a la glebosa Ftía harás pasaje,

dijo a Esquines que «pasados tres días moriría». Estando para beber la cicuta, le trajo Apolodoro un palio muy precioso para que muriese con este adorno, y le dijo Sócrates: «Pues si el mío ha sido bueno para mí en vida, ¿por qué no lo será en muerte?» Habiéndole uno dicho que otro hablaba mal de él, respondió: «Ése no aprendió a hablar bien». Como Antístenes llevase siempre a la vista la parte más rasgada de su palio, le dijo: «Veo por esas

  1. Tetradracma o tetradracmo era la cuarta parte de un dracma, y vendría a valer unos cuatro cuartos nuestros o medio real.