Por más importante que sea, para juzgar bien del estado natural del hombre, el considerarlo desde su origen, y el examinarlo, por decirlo así, en el primer embrión de la especie, yo no seguiré su organización por en medio de sus progresos sucesivos: no me detendré a inquirir y buscar en el sistema animal aquello que pudo ser el principio, para llegar a ser lo que es. No examinaré si, como lo piensa Aristóteles, sus uñas alargadas no fueron pues garras corvas; si no era velludo como un oso, y sí, marchando en cuatro pies (b), dirigiendo sus miradas hacia la tierra, y circunscrito a un horizonte de algunos pasos, no manifestaba a un mismo tiempo el carácter y los límites de sus ideas. Yo no podré formar sobre esta materia, sino conjeturas vagas, y casi imaginarias. La anatomía comparada ha hecho aun muy pocos progresos, y las observaciones de los naturalistas son to-