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prendido el catalanismo, entrando en el terreno político-social. Muchos se muestran hoy dispuestos á convertir el amor platónico que manifestaban, en otro amor más ardiente y de más prácticas tendencias.

Por lo que á nosotros toca, puedo aseguraros que dimos el primer paso reflexivamente. Abrimos la Constitución que nos rige, y que debemos acatar como ciudadanos, y nos hallamos con que esta Constitución establece un solo poder permanente; una sola entidad que coloca encima de las otras entidades. A esta entidad, á ese poder dirigimos nuestro pobre trabajo,—y digo pobre por la parte que en él tomé,—creyendo que era el mejor medio de darle resonancia. El primer acto político-social del catalanismo, expreso y público, salió de Barcelona para ir á parar al sitio hoy más preeminente de la nación.

Este comienzo nos impone obligaciones de que no podemos prescindir. Las consecuencias han de estar en consonancia con las premisas. El primer paso ha sido reflexivo: los que le sigan no han de serlo menos. Hemos de procurar que el acto comenzado sea todo lo que puede ser, y no llegaria á serlo, si después de este momento nos dispersáramos y no volviéramos á pensar en el asunto. Tenemos el deber, señores, de que el acto comenzado, acabe, y de que la llamarada no sea un fuego fátuo. Hemos de procurar que se mantenga el calor, del que pueda llegar á salir regenerada no sólo Cataluña, sinó toda la nación española, como el oro sale depurado del fuego. No hemos de formar un partido, porque adquiriríamos los defectos de los que hoy se agitan, y seríamos sólo uno más dentro de la política general: hemos de formar una agrupación de todas las fuerzas