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No puedo recordar aquella recepción sin sentirme conmovido. Impresionome la majestad Real, pero, más que ella, me impresionó el verme delante de un sucesor de Felipe V que, acompañado de una princesa austriaca, su esposa, recibía una Comisión catalana. ¡Cuántos recuerdos se agolparon entonces á mi memoria! ¡Cuántas esperanzas concebí en aquel instante! En el Rey no ví más que el Rey de todos los españoles, justo con todos ellos y amante por igual de todos ellos; en la Reina quise ver algo más, vi en ella nuestra protectora enviada en aquel momento por la Providencia, recordando que era una princesa de aquella ilustre casa de Austria tan querida de nuestros padres, de aquella casa por lo cual tanto y tan esforzadamente combatieron nuestros mayores y tanto y tanto ha sufrido Cataluña.

Pareciome que me hallaba delante de un juez que con severa imparcialidad debía examinar nuestra causa, pero me parecía estar en su presencia teniendo á mi lado un abogado que protejía nuestro derecho.

Y no me equivoqué, señores, al ver en aquel hecho la mano de la Providencia. Las palabras del Rey, que no he de repetir ahora, fueron tan justas y bondadosas, que merecen ser esculpidas y lo serán seguramente no sólo en Cataluña, sinó en todas las provincias ó regiones españolas que fíen su existencia y su prosperidad al trabajo y la justicia.

Debo decirlo con pena: después de la benévola acogida que en el palacio Real recibimos, no hemos encontrado en Madrid, salvo alguna que otra rarísima escepción, más que enemigos y frialdad por todos lados.

Hubo empeño en hacer el vacío á nuestro alrededor, se nos quiso recibir mal, y en prueba de ello y por más que á