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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/100

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estás, lo sentiré mucho y me volveré á casa...

Lo dije con un acento de tristeza y terminé con un tono de vaga amenaza, tales que, vencida, me estrechó el brazo y me miró á los ojos con la vista turbia. Iría á la huerta, sin duda alguna.

Don Higinio, como es natural, había notado mis asiduidades y la actitud de Teresa, pero no les dió importancia, ó, más bien dicho, se felicitó, sin duda, de nuestro acuerdo, que debía conducirnos á la ejecución de sus proyectos matrimoniales, de larga data planteados.

—¡Ah, pícaro!—me dijo, golpeándome el hombro.—Ya te he visto de «temporada»...

¡Como ha de ser! Los muchachos se apuran á ocupar nuestro sitio, y no tienen reparo en dejarnos á un lado...

Me reí, sin contestar, pensando en cuán distintos de los suyos eran mis planes, y diciéndome:

«Si éste piensa en casarme, ya está fresco.

¡Cualquier día renuncio yo á mi libertad por una cosa que puedo obtener sin semejante sacrificio!» Sin embargo, me prometí, tanto si Teresa acudía á la cita, cuanto si me dejaba plantado, conducirme de allí en adelante con mayor cautela y ocultar en lo posible nuestros amores, para no dar asidero á don Higinio y rehuir sus insinuaciones, que no tardarían en ser exigencias.

Teresa me aguardó cuando, al volver de las romerías, todos se hubieron acostado en su casa.

Hablamos largo rato, ella con ternura, yo con diplomacia, sentados bajo un enorme sauce que había en el fondo de la huerta. Un momento creí que estaba completamente á mi discreción, pero á la primera libertad que quise tomarme se levantó sin aspavientos, y separándose un paso de mí, me dijo con serenidad y blandura: