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arreglar nuestros negocios, de modo que nos dieran satisfacción.

—Yo conseguiré que se queden con la chacra y que puedan pagar á los acreedores por medio de una amortización, arrendando las tres cuartas partes del terreno, que no les hace falta.

Para que vivan, para el puchero, la ropa y los gastos menudos, no será difícil que el gobierno de la provincia pase una pensión á la viuda, y yo mismo iré á la ciudad á trabajar hasta conseguirla.

Es lástima que Fernando haya muerto sin arreglar sus cosas, y que fuese tan despilfarrado, porque hubiera podido dejarles una fortunita. Pero, ¡no importa! Con todo, la chacra valdrá mucho á la vuelta de pocos años y podrás venderla muy ventajosamente cuando mejoren los tiempos. Tu mamá, entretanto, necesita muy poca cosa, «vos podés» manejarte con el sueldito de la Municipalidad, que ya te han aumentado dos ó tres veces, y lo principal es ir viviendo sin que los usureros les claven las uñas.

Se interrumpió, vaciló un poco, como si le costara lo que iba á decir, y agregó:

—¡Esto, muchacho, es un secreto para nosotros dos y para tu mamá, nada más! Fernando tenía mucha confianza en mí, y con razón, porque siempre fuí muy su amigo... Temiendo que algún día pudieran obligarlo á vender la chacra en malas condiciones, me pidió que se la hipotecara con pacto de retroventa. Naturalmente, esto era «engaña-pichanga». Hicimos en la escribanía el contrato de hipoteca, y yo le di una contracarta sin fecha, declarando que me ha pagado y que la propiedad sigue siendo suya: esto para el caso de que me sucediera una desgracia repentina, porque entre nosotros no había necesidad de semejante garantía. Esa carta debe estar entre los papeles del finado.