Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/122

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Como si se hubiera puesto de acuerdo con Teresa para darme mala espina, de la Espada, en medio de las embriagadoras congratulaciones del día siguiente, en un momento en que nos quedamos solos, me dijo con una cómica solemnidad que era exclusivamente suya:

—Mira, chico, yo no quiero meterme en danza; pero debo decirte una cosa. Se está hablando demasiado de tus relaciones con Teresita.

Ya te han visto entrar muchas veces en su casa, entre otras anoche mismo, y el «comadreo» es tremendo y va á ser terrible. Yo no sé, tanto se habla, cómo don Higinio no ha caído en cuenta todavía... será porque es el más interesado. Pero no te fíes. Mira de quién se trata y ándate con tiento, si es que no te propones lo mejor, que sería... santificar las fiestas. Don Higinio no es de los que se llevan de las narices, y puede darte qué sentir.

La misma perplejidad en que me hallaba me permitió contestar en broma al «galleguito», negando toda importancia al problema que, sin embargo, era trascendental y me preocupaba hondamente, hasta imponerme la obsesión de esta pregunta: «¿Será?»...

Era. Noches después, Teresa me reveló el, para ella, terrible y encantador secreto.

—Tenemos que casarnos pronto, muy pronto, queridito—me dijo, acariciándome las mejillas con las palmas de las manos.—Ya no es posible esperar más, de veras... Después, sería un bochorno... ¡Y tatita! ¡Qué diría tatita! Sería capaz de matarme... Y yo... yo me moriría de vergüenza...

Rehuí toda respuesta comprometedora, puse de relieve, como dificultades, precisamente todas las facilidades del momento—tan propicio,—pero sin mala intención, aunque nadie lo crea, sin segunda intención ¡lo juro! sólo por