Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/125

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en paño. ¡Nos afligió tanto su muerte!... Aquí le hemos hecho decir unas misas...

Á pesar de los recuerdos que evocaban estas frases, la risa me retozaba pensando en las trenzas y en la cara que habría puesto al no encontrarlas. Pero, dominándome, dije:

—¡Pues me siento muy honrado con la visita de ustedes! ¡Qué recuerdos, eh!... ¡Vaya con don Claudio! ¡Vaya con misia Gertrudis! ¡Y qué bien están los dos! Pero háganme el favor de sentarse y digan si en algo puedo servirlos...

Y ante todo, tomarán un matecito.

El mate comenzó á circular. Yo estaba seguro de que llevaban un propósito interesado, y entre sorbo y sorbo, vencida al parecer por mis reiteradas instancias, doña Gertrudis consintió, al fin, en decirme cómo podía pagarles el honor de aquella visita y la refinada educación que me habían dado: Los tiempos estaban malos; sin sufrir miseria, lo que se llama miseria, no estaban, tampoco, en la abundancia ni mucho menos. Don Claudio había prestado, en diversas ocasiones, grandes servicios al Gobierno, y muchos personajes, entre ellos tatita, le habían prometido hacer algo por él; promesas que se había llevado el viento y que sólo mi padre hubiera cumplido, á no morir de tan trágica manera... Muerto él, á mí, su hijo y el hijo adoptivo, ó poco menos, de los Zapata, me tocaba esa herencia. Don Claudio era muy modesto—¡demasiado modesto, por eso lo dejaban en un rincón!—y se contentaría con una insignificancia cualquiera. Bastaría, por ejemplo, con que yo, diputado influyente á quien el Gobierno no podía negar nada, lo hiciera nombrar juez de paz de su parroquia. El puesto estaba vacante.

—¡Pero, señora!—objeté por hacerla hablar,