Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/209

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hecha una pasita! ¡Teresa, de quien nada sabía! ¡Qué lejos estaba todo aquello! ¡Y qué jugoso y qué sabroso era, con su candor, un poco perverso á veces!... Pensé que un día, como á Sarmiento, me sería dado revivir toda aquella conmovedora comedia primitiva, tan sentimental, componiendo mis «Recuerdos de provincia»... Pero mientras llegaba esta obra maestra, futura como tantas, me contenté con escribir un largo artículo necrológico para Los Tiempos que, gracias á mis buenos oficios, seguía dirigiendo y redactando mi amigo el galleguito Miguel de la Espada.

¿Qué dije de don Higinio? Nadie se preocupe de ello. Precisamente aquel artículo necrológico que conservo pegado en un cuaderno de recortes, es el que me ha servido páginas atrás para esbozar su retrato, su cara leonina, su ingenio astuto y quizás quizás su carácter débil de gritón. Pero le hice justicia y disimulé sus defectos.

De la Espada, después de leer las cuartillas que le había llevado, me dijo, como quien quiere decir algo y no acierta, en el tono que los autores dramáticos acotan «con intención»:

—Bien se lo ha ganado, el pobre.

Cumplido este deber, el único de mi incumbencia, según creía, preparábame á dar por definitivamente cerrado aquel capitulito de mi vida, cuando recibí esta carta:

«Mi muy querido Mauricio: Sólo quince días después de la muerte de tatita, de la que debes tener noticia, me siento con valor suficiente para escribirte. Todo el luto que orla este papel no es nada comparado con el que pesa sobre mi alma y mi corazón. ¡Pobre, pobre tatita! Murió abrazando á tu hijito, que tanto se te parece y que todavía no puede comprender