que conocían la vida y milagros de la provincia entera, desde tres generaciones atrás.
Aparte la genealogía minuciosa de cada familia, sabían todos los escándalos verdaderos ó calumniosos, presentes, pasados y hasta futuros de cada uno de nuestros comprovincianos de significación.
—¿Qué se puede decir de Fulano, misia Gertrudis?
—Que es un mulatillo y nada más. El abuelo era un negro liberto de los Bermúdez, que entró de sacristán en San Francisco. Los buenos padres enseñaron á leer y escribir á los hijos, que se hicieron comerciantes en un boliche de almacén y pulpería, y ganaron platita. Me acuerdo que, cuando muchacha, al pasar el padre de este personaje de hoy, le cantábamos para hacerlo rabiar:
La Habana se v'á perder la culpa tiene el dinero:
Los negros quieren ser blancos, los mulatos caballeros.
Tenía el odio más inveterado y mortal contra los negros y los mulatos, sólo comparable con el que dedicaba á los «carcamanes», ó sea italianos burdos, á los «gringos», es decir, á los extranjeros en general, y á los catalanes, aunque fueran nobles hijos de la península ibérica, patria de sus antepasados. Para cada colectividad de éstas tenía una copla, más ó menos chistosa, por ejemplo:
Á la orilla de un barranco dos negros cantando están:
¡Dios mío! ¡quién fuera blanco...
aunque fuese catalán!