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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/271

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que fué en un día desagradable, de humedad y viento norte, enervante y hosco, tal como sólo se ven en Buenos Aires. Los días húmedos de la capital, cuando reina el norte pegajoso y hasta mal oliente, me molestan de un modo indecible. Los ruidos me son más discordantes, más ensordecedores, los movimientos más difíciles, como dolorosos, las ideas más escasas, como ausentes, los olores más intensos é ingratos, hasta nauseabundos, la luz falsa, engañosa, mareadora, las aceras son lodazales, las paredes chorrean agua, los vidrios sudan, los hombres se muestran irritables, provocativos, impertinentes, las mujeres andan como sonámbulas y todas parecen viejas; cualquier frase, insignificante en otros momentos, se convierte en insulto; los nervios, exasperados, nos hacen momentáneos pero acérrimos enemigos de seres y de cosas, y creo que en un momento así, no nos sería muy difícil acabar con el mundo, si ello dependiera de nuestra voluntad. En tales condiciones, tuve que mantener la validez de mi diploma.

Comencé vacilante, con la palabra floja y cansada, en medio de la indiferencia ambiente; pero el mismo desgano de mi auditorio me excitó, me irritó poco á poco, lanzándome en mi oratoria acostumbrada. Soy verboso y brillante.

No importa que no sepa lo que voy á decir:

substituyo fácilmente las ideas con figuras, con frases retumbantes y efectistas, con imágenes á veces pintorescas, que subrayan muy bien mis actitudes y ademanes de actor. Como no me detengo, pese á las frecuentes interrupciones, ni doy tiempo al examen, llego sin esfuerzo á cautivar á los oyentes y aun á arrancarles el aplauso. Aquella tarde memorable, á las acusaciones de coacción, contesté entre otras cosas, cuando ya estaba en vena: