Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/292

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me afligía y me torturaba, aunque en las calles, en los clubs, en el Congreso y en el teatro, me diera aires de Matamoros, y... al buen callar llaman Sancho. El grande hombre de Los Sunchos, el árbitro de la capital provinciana, era, cada vez más, uno de tantos en la capital de la República...

Coen, el banquero, cuya mujer me hacía ojitos en casa de Rozsahegy, y con quien había hecho varias jugadas de Bolsa, me dijo un día:

—Yo le aconsejaría, don Mauricio, que realizara.

Usted tiene algunos negocios, como el de sus tierras, que pueden darle todavía magnífico resultado. Si espera un tiempo más, es muy posible que se vaya «al bombo». Realice y compre oro para dentro de tres meses; pero compre oro efectivo, no se contente con las diferencias, porque si no se embromará. Esté cierto de que va á quebrar medio mundo el día menos pensado.

—¡No embrome!—le dije, sonriendo.—Ésos son cuentos para asustar á las viejas.

Sin embargo, fuí á ver al Presidente y le hice comprender en forma velada lo que había en la atmósfera.

—¡Bah! ésos son excesos de la oposición—me dijo.—Y usted, ¿qué piensa hacer?

—¿Yo? No mover un dedo. Sabiendo lo vinculado que estoy á la situación, y por más insignificante que sea, una maniobra temerosa mía podría acelerar un pánico que nuestros adversarios se esfuerzan en producir. Yo soy muy amigo de mis amigos... y de mis protectores—agregué, al ver que arrugaba el vanidoso entrecejo.

—Haga lo que se le antoje. Y no se crea que puede comprometer todavía la marcha del país—dijo con sorna.

—La oposición sabe exagerar, cuando le conviene.