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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/31

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ción siempre llena de recursos, mi temeridad innata y la egida invulnerable con que me revestía mi apellido. Con esta cuadrilla, en la que en un principio figuró Vázquez, hacíamos verdaderas incursiones, conquistando gallineros, melonares, zarzos de parra, higuerales y montes de duraznos. Pedro, que en los comienzos era uno de los más entusiastas, como si lo embriagara aquel ambiente de desmedida libertad, desertó desde la noche en que bañamos en petróleo á un gato y le prendimos fuego, para verlo correr en la obscuridad como un ánima en pena. Yo también me arrepentí de semejante atrocidad, pero nunca quise exteriorizarlo ante mis subalternos, para no revelar flaqueza; por el contrario, recordando la hazaña, solía decirles con sonrisa prometedora:

—Cuando cacemos un gato...

Pero no reincidimos nunca, y nadie reclamó la repetición de aquella escena neroniana que había resultado tan terrible. No nos faltaban, por fortuna, otros entretenimientos. ¡Qué vida aquélla! ¡Cuánto daría por volver, siquiera un instante, á los dulces años de mi infancia! ¡Cuánto! ¡y sólo me resta el tibio consuelo de recordarlos y revivirlos como en sueños al escribir estos garabatos!

¡Qué magnas empresas las de entonces! En invierno, predispuestos, sin duda, por la displicencia de los días nublados y lluviosos, hacíamos de salteadores, ahondando, por ejemplo, las huellas pantanosas en el camino de la diligencia para tratar de que volcara el pesado vehículo, atestado de carga y pasajeros,—proeza que realizamos una vez.—Atravesábamos la calle con una cuerda, á una cuarta del suelo, para que rodaran los caballos, ó quitábamos las chavetas de los carros abandonados un instante á la puerta de los despachos de bebidas