Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/317

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mano. Esto me desconcertó un poco, retardando la explosión de mi rabia.

—Señor Blanco...

Hubo un silencio, porque todos sentíamos que la situación era violenta y tempestuosa. En este corto intervalo cobré bríos, y dije:

—He querido venir personalmente á anunciarles mi próximo enlace con Eulalia Rozsahegy, una de las...

Tres exclamaciones, dos de sorpresa, una de angustia, me interrumpieron. Vi que María se había puesto intensamente pálida y que estaba á punto de desmayarse. Los dos hombres, mudos, la miraban y me miraban, inmóviles en su sitio.

De pronto, María Blanco se levantó, de una pieza, como si fuese de acero, dió un paso hacia mí, pálida mortal, me miró á los ojos, dijo con esfuerzo «Muchas felicidades», y salió como una sonámbula.

Don Evaristo se lanzó hacia mí, pero Pedro lo detuvo, me asió del brazo y me sacó de la sala, diciendo al viejo:

—Deje usted... Todo esto se arreglará... se arreglará...

Cuando estuvimos en la calle:

—¿Qué has hecho?—me preguntó.

—Mi deber. He leído la noticia.

—Es una infamia, un chisme de aldea, una calumnia para enfurecerte y hacer daño á María.

¿No has recibido su carta?

—¡No! ¿Pretendes reirte de mí?

—¡Mauricio! ¡Esto es una desgracia! ¡Esto es un infortunio causado por una perfidia! Yo te juro, te juro que hasta hoy no había vuelto á poner los pies en esta casa. Han jugado conmigo, contigo, con María, ¡pobre María! ¡Si me has encontrado hoy allí, es porque he venido de Los Sunchos, donde estaba, á buscar