Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/322

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de plazo, considerando que yo no era el compañero soñado, el hombre capaz de los grandes actos y las grandes abnegaciones que ella soñaba, sino el protegido del éxito y la fortuna? Es el problema que no me atrevo á resolver definitivamente, quizá porque cualquiera de las dos soluciones hubiera podido imponerse. Unas veces pienso que María no me había querido, que no había tenido hacia mí sino un capricho pasajero, semejante al de la niña inocente que se enamora de un viejo actor al verlo en el papel de un héroe romántico, como lo probaría su casamiento con Vázquez; otras me digo que me amaba de veras pero que mi conducta la aterraba, aunque estuviera pronta aún á pasar por ella, si le demostraba yo, por lo menos, la perseverancia de aguardar hasta el término del plazo establecido. Respecto de mí, ya se colige cómo hubiera procedido, y no tengo una palabra que agregar.

En fin, la hija de Blanco, la mujer de Vázquez, se perdía ó se había perdido ya en las brumas de un pasado remoto, y Eulalia tenía para mí todos los atractivos de una amante exquisita y de una amiga ideal. Temblaba yo, antes de casarme y en los primeros días del viaje de novios, recordando la zafia ostentación de los Rozsahegy, su falta de educación, su torpe orgullo de gañanes enriquecidos, el lenguaje papagallesco de Irma, que no había podido aprender el castellano, la irritante soberbia del marido, tan humilde con los grandes como dominador con los pequeños: imposible que, tarde ó temprano, todo aquel color plebeyo no destiñera sobre Eulalia, quitándole su brillantez de flor inmaculada. Pero me tranquilicé bien pronto, gracias á un pequeño detalle.

Eulalia había llevado en sus baúles una docena de trajes de gran riqueza, que Irma se empeñaba