XIII
Vázquez, como muchos otros, quedó completamente arruinado, y ahora me consta que no pudo pagar á todos sus acreedores, sino algún tiempo más tarde, y eso, gracias á mí, después de haber sufrido las consecuencias de su imprevisión ó de no tener un suegro como el mío, sino, apenas, como el ingenuo don Evaristo Blanco, hidalgo provincial, incapaz de negocios.
Fué á verme, y recordándome el viejo préstamo, me preguntó cómo andaba de dinero.
—Mal—le dije.—Con estas cosas, los pesos andan á caballo. Tenemos apenas lo estrictamente necesario. Hay que capear el temporal.
—Naturalmente—replicó, pensativo.—Por disminuir una desgracia no hay que hacer mayores dos desgracias. Á mí eso no me empeora...
Y se fué.
En aquel momento, yo no tenía veinte mil pesos disponibles, sino pidiéndoselos á Rozsahegy; y no era cosa de abusar de mi suegro, que se había portado tan admirablemente conmigo, sobre todo cuando sólo á él podía acudir para mis pequeñas necesidades de juego y otras análogas. No era Vázquez una querida por quien pudiera yo hacer un disparate, ni Vázquez tenía, tampoco, exigencias que me pusieran fuera de mí. Por el contrario, habló tranquilamente y se fué, y aquí no ha pasado nada.
Entretanto, la situación política era la misma, ó mejor para mí. Todo el mundo se había reconciliado, y los mismos hombres gobernábamos, con sordina, pero gobernábamos. Mi