Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/65

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hizo mucha gracia, sobre todo cuando replicó:

—Y no lo tienten al diablo... Porque todavía, todavía... Y acuérdense que más sabe por viejo que por diablo... ¿No es así, misia Gertrudis?

—¿Qué quiere que yo sepa, don Néstor?— contestó evasivamente el sargentón, con un tono de enfado que hizo sonreir á todos menos el marido.

Cuando mi padre habló, por fin, de mí, al servirse los postres —arroz con leche cubierto de canela en polvo, dulce de zapallo y de membrillo y tabletas y confites de Córdoba— yo me estremecí en el extremo de la mesa á que me habían relegado con la orden tradicional de «no meter mi cuchara», vale decir de no despegar los labios, como si quisieran que «aprendiese para estatua». Me estremecí porque tatita dijo:

—Aquí tienen ustedes un mocito que quiere hacerse hombre. Viene á estudiar para «doctor» y cuenta, como yo cuento, con la ayuda de los amigos. Es muy pollo todavía, pero tiene enjundia suficiente para no quedarse aplastado á lo mejor. Va á entrar al Colegio Nacional, y usted, don Néstor, bien puede darle una manito.

—Con mucho gusto— contestó el interpelado. —Hasta le pondremos cuarta si es preciso— agregó mirándome con sonrisa entre burlona y afectuosa. —¿Estás bien preparado para el examen de ingreso?

—¿Cómo dice?— balbuceé, no entendiendo la pregunta y con toda mi indígena descortesía, como si fuera el más «chúcaro» de mis jóvenes convecinos.

—Que si has terminado tus estudios en la escuela de Los Sunchos.