Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/84

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—¡Dios los hubiera librado! Lo que es estando yo, no han dicho nada. Pero, como hablan pestes de todos los amigos...

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Ésas son suposiciones y nada más!—interrumpió, mal engestado.

—¿No te parece, Fernando—dijo mamita después de una pausa,—que este muchacho debería irse á acostar? Con el viaje de hoy, y las aflicciones, si tiene que salir mañana temprano, se nos va á enfermar...

—Es posible.

Mamá insistió?. La enfermedad era inevitable.

En aquel mismo instante ya tenía fiebre. Y si caía en cama en la ciudad, ¿cómo me cuidarían? ¿No sería mejor dejarme descansar unos días, muy pocos, hasta la vuelta de la galera, por ejemplo?

—Bueno—contestó, por fin, tatita, como quien hace un sacrificio.—Irá en el otro viaje, ¡pero eso, sin remisión! —¡No iré nunca!—pensé.

—Voy á escribir á don Claudio dándole una satisfacción y pidiendo disculpas á misia Gertrudis de tu parte, para que te perdone.

—¡No me ha de perdonar!—murmuré.

—¿Por qué? Al fin y al cabo, no has hecho más que una muchachada.

No pude menos que sonreirme.

—¿Ó has hecho algo más, que no sabemos todavía? Conociendo el carácter de tatita, no vacilé en contarle la travesura de las trenzas, pero traté de hacerlo con habilidad y gracia, comenzando por describir las dos figuras de la vieja sin y con sus postizos, la pretensión ridícula de su coquetería senil, tan contraria á la beatería, la rabia que me daba verla presumir de muchacha...

Cuando agregué que los cerdos se habían