Al mismo tiempo cogió una manga del traje y se puso a tocarla un poco a la manera de Tartufo.
—Me río—dijo Julia—de que te fijas en mi traje. Ten cuidado; me estás arrugando la manga.
Y retiró su manga de la mano de Chaverny.
—Te aseguro que me fijo mucho en tus trajes y que admiro mucho tu gusto. No, palabra de honor; el otro día hablaba a... una mujer que se viste siempre mal, aunque gasta disparatadamente. Va a arruinarse... Le decía... Hablaba de ti...
Julia se divertía con su confusión y no procuraba atajarla interrumpiéndole.
—Estos caballos son muy malos. No andan.
Tendré que cambiarlos—dijo Chaverny completamente desconcertado.
Durante el resto del camino, la conversación no se hizo más animada; por una y otra parte no se fué más allá de la réplica.
Los dos esposos llegaron al fin a la calle y se separaron deseándose buenas noches.
Julia empezaba a desnudarse, y su doncella acababa de salir, no sé con qué motivo, cuando se abrió bastante bruscamente la puerta de su alcoba y entró Chaverny. Julia se apresuró a cubrirselos hombros.
—Dispensa—dijo él; quisiera, para dormirme, el último volumen de Scott... No es Quintín Durward?
—Debe de estar en tu cuarto—respondió Julia—; aquí no hay libros.
Chaverny contemplaba a su mujer en ese semi-