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ir al baile. Estaría elegantemente vestida y me ciría: "Nos quedaremos". Pero esto era una locura. No se deben pedir cosas imposibles.

¡Qué malo es usted! ¡Siempre las observaciones irónicas! Nada encuentra indulgencia en usted. Es usted implacable con las mujeres.

—Yo! ¡Dios me libre! De mí mismo es de quien me lamento. ¿Es hablar mal de las mujeres sostener que prefieren una noche agradable... a quedarse a solas conmigo?

—Un baile! ¡Un traje elegante!... ¡Ah! ¡Dics mío!... ¿A quién le gusta un baile ahora?

No pensaba en defender a todo su sexo de tales acusaciones; creía escuchar el pensamiento de Darcy, y la pobre mujer no escuchaba más que su propio corazón.

—A propósito de trajes y de baile, ¡qué lástima que no estemos en Carnaval! He traído un traje de mujer griega admirable, y que le sentaría a usted a maravilla.

—Hágame usted un dibujo para mi álbum.

—Con mucho gusto. Verá usted qué progresos he hecho desde la época en que emborronaba muñecos sobre la mesa de te de su madre. A propósito, señora; tengo que felicitarle; esta mañana me han dicho en el ministerio que el señor De Chaverny iba a ser nombrado gentilhombre de cámara. Me he alegrado mucho.

Julia se estremeció involuntariamente.

Darcy prosiguió sin advertir este movimiento.

—Permítame usted que desde este momento so-