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DON DIEGO DE PEÑALOSA

Comisario y religiosos razonando la justicia y necesidad de la guerra [1], que fué declarada en consecuencia, y habiendo rogado al General que quedase en el pueblo para dirigirla, separando unos treinta hombres de los menos dispuestos, nombró á Vicente Zaldívar Maese de Campo general en lugar de su hermano difunto, ordenándole que con los otros setenta y ocho soldados marchara á castigar á sangre y fuego á los acomeses, si no entregaban de buen grado á los culpables de la felonía.

Difícil y arriesgada era la empresa porque la fuerza de Acoma consistía en dos grandes cerros escarpados, unidos entre sí por pasamán estrecho de riscos de unos trescientos pasos. El pueblo estaba fundado en la meseta en que los peñoles remataban, siendo sólo accesible por un lado, en que estaba la subida muy áspera. Los indios habían acopiado bastimento para mucho tiempo y estaban reunidos con buen ánimo.

A pocos días de marchar la tropa, un ejército indio cercó al pueblo de San Juan de los Caballeros, que por tener cuatro entradas, debilitó la escasa guarnición dividiéndola en otros tantos grupos; pero Doña Eufemia Peñalosa, mujer del Alférez real, que durante la campaña más de una vez se había mostrado superior á su sexo, alentó á las otras mujeres mostrando el peligro en que estaban los hijos de sus entrañas; pidieron arcabuces, colocándose en los terrados y corredores, y tan nutrido fuego hicieron que no dieron los indios el asalto, retirándose en la creencia de que había en la plaza mucha gente.

Zaldívar acampó al pié del peñol de Acoma haciendo la intimación, á que contestaron los indios con insolentes ademanes. Gritaban á los españoles si eran locos y buscaban la muerte que les tenían prevenida. Los castellanos se dispusieron á recibirla, confesando y comulgando devotamente, tras de lo cual, valiéndose el Maése de Campo de un ardid, gritó por el intérprete que porque vieran con quién se las habían, iba á asaltar por el sitio más difícil, por donde ellos creían que sólo podían llegar las aves, avisándoselo para que estuvieran prevenidos. En efecto, abatiendo las tiendas á fin de que no quedara duda que en ellas había gente y montando á caballo, se dirigió con toda la fuerza al lugar más escarpado, pero al pasar por la subida dejó escondidos en un risco doce hombres escogidos. Mirando los indios la caballería, sospechando si por arte de hechicería iba á volar, coronaron las peñas entretenidos con las carreras y evoluciones, y en tanto los doce hombres ocultos ganaron la altura del peñol sin ser vistos hasta llegar arriba. Comenzó entonces tre-

  1. Está inserta del fol. 209 al 212 del libro.