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MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

que comían en vajilla de oro, siendo este metal y las piedras preciosas, abundantísimos, y un indio ladino que solía servir de guía á los expedicionarios, aseguraba que en su país corrían ríos de más de dos leguas de ancho, con peces mayores que caballos. Los surcaban embarcaciones de vela y remo, las últimas con dosel en la popa, para comodidad de los señores, y águilas de oro en las proas. El soberano de aquel país dormía la siesta bajo un árbol, de cuyas ramas pendían campanillas de oro que el viento hacía sonar; los vasos más comunes eran de plata cincelada y los demás de oro. Con semejantes noticias se alimentaba el estímulo de las excursiones, y de aquí en parte, por sesenta años más, afanes, hambre, miseria, combates y muertes; de aquí también el avance costoso de la civilización, el conocimiento de nuevos horizontes, llevando el nombre español más allá de los 50° de latitud, por el interior, á la Sierra Nevada y á las inaccesibles Montañas Pedregosas. Como por allí no hubiera rastros imperiales, confuso el entendimiento en separar al Nordeste y Noroeste los dos reinos de Quivira y Teguayo, se dividieron los exploradores, corriendo unos los territorios que hoy se nombran de Misuri, Arkansas y Tennesse, hasta la Sierra; atravesando otros el desierto de Arizona, los cañones de las Sierras Blanca y Azul y la nueva California.

 La comparación crítica de las opiniones emitidas en tantos años, persuade que con el nombre de Quivira designaban á una tribu ó agrupación fuerte establecida en tierra fértil que casi por mitad dividía el Misisípi en todo su curso: la capital ó población principal del mismo nombre estaba hacia los 40° de latitud, á orillas del Gran Río, consistiendo en casas aisladas por las milpas ó tierras en que los indios sembraban el maiz, en disposición algo semejante á la de la huerta de Murcia; y así, vista de lejos, ofrecía un aspecto de grandiosidad que el examen perspicuo desvanecía.

 No es tan difícil fijar aproximadamente la situación del otro reino, porque los mapas antiguos lo ponen en las inmediaciones del lago Timpanogos y río de San Buenaventura, por los 39° de latitud. El Teguayo de los indios del Norte y Copaba de los de Méjico, era una misma cosa, y el padre misionero Escalante que lo visitó más de una vez, dejó consignado que las ruinas de pueblos que por allí se encuentran, la semejanza que tienen con las edificaciones de Méjico, los fragmentos de barros cocidos abundantes, y las muchas tribus distintas, abonan la tradición de haber sido el sitio por donde trasmigraron hacia el Sur los Tilmas, Tehuas y otros, recuerdo histórico en que se encierra toda su grandeza.