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Página:Don Sancho Garcia conde de Castilla.djvu/52

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(L)

Alm. Ven, pues, Garcia.
Sanch. Vamos. Yá te obedezco, madre mía.

SCENA IV.
La Condesa, Elvira sin guardias.

Cond. Qué te suspende el corazón, Elvira?
Elv. Su suerte, el cielo y tu rigor me admira.
Quando miro á Don Sancho, y considero
llegar al sacrificio este cordero,
quando contemplo al Cielo toleralo,
y tu pecho, Señora, proyectarlo;
dúdo si fuiste origen de su vida;
y pregúnto: ¿por qué el mortal sugeto
es del ciego destino triste objeto?
Cond. No pretenda indagar tu necia idea,
quál de los Cielos el decreto sea.
Cumple el mortal con solo venerarlo:
lo debe obedecer, no investigarlo.
Es un enigma al necio pecho humano:
ni aspires á saber del Soberano
las maxîmas, porque secretos tales
piden solo obediencia a los mortales;
tan no accesible penetrar esfera.
Sígueme, y calla.
Elv. Adónde?
Cond. Ven conmigo.
Elv. Perdoname, Señora; no te sigo.
Cómo quiere que yo la vista aguante
del Moro audaz, y el infelíz Infante;
y mas la vista de una madre aleve,
que le engendró, y á tal rigor se atreve.
Contra mi pecho armára yo mi mano,

Se-