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Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/253

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juego a mi cuerpo. Pero ¡qué poca cosa para el amor es un pobre manco, que ni siquiera puede suponer un abrazo sin el consiguiente "¡Ay!" de dolor. De abrazos, a pesar de esto, tenía llena la imaginación, cuando conversábamos con Paula detrás del rancho.

A los diez días de tal tratamiento, me sentía sano del brazo y enfermo del alma. Estaba todavía maneado por las lonjas, que me servían de vendas. Mis juegos de toma y traiga con Paula ya se servían de grandes palabras, y la antipatía entre Numa y yo, amenazaba reventar con algún rebencazo.

Esto último se resolvió de golpe.

No tuve duda de que Numa se envalentonaba viendo mi manquera. Aquel pavote se animaba a reír mirándome, aunque ninguna frase de burla acudiera en su ayuda. Me miraba y se reía.

Una tarde, lo hizo mejor que las demás y yo lo tomé peor que de costumbre, a fuerza de hartazgo. Lo mandé a que fuera a la cocina, para aprender cómo se despluman batituces.

Un bruto nunca hace las cosas bien. Numa embestió más que nunca la expresión de su cara. Hizo unos pasos hacia nosotros.

—¿Estaré en la escuela pa que me den liciones?