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capar, por haberme marcado un camino el paso de Don Segundo? Pues esa vez me iría detrás de la tropa, librándome de peligros lugareños con sólo mudar de pago. ¿A dónde iría la tropa? ¿Quiénes iban de reseros?

A la tarde Goyo me informó, aunque insuficientemente, a mi entender.

La tropa sería de quinientas cabezas y saldría de allí dos días para el Sur, hacia otro campo de Don Leandro.

—¿Y quiénes son los reseros?

—Va de capataz Valerio y de piones Horacio, Don Segundo, Pedro Barrales y yo, a no ser que mandés otra cosa.

Don Segundo fué más parco aun en sus explicaciones, y yo no sabía por entonces a qué se debía ese silencio despreciativo que usan los que se van, cuando hablan con los que quedan en las casas.

—¿Podré dir yo?

—Si te manda el patrón.

—¿Y si no me manda?

Don Segundo me miró de arriba abajo y sus ojos se detuvieron a la altura de mis tobillos.

—¿Qué es lo que busca? — pregunté fastidiado por su insistencia.