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de vuelta la encontré en el mismo lugar, pero esa vez hosca.

—Güenas tardes.

—Güenas.

—¿Estah'enojada?

—¡No he de estar! Anoche, por culpa tuya, he perdido una sortija entre el maíz y mama me ha pegao una paliza.

—¿Querés que la busque? — pregunté, no sin malicia.

—¿Te acordás dónde jué?

—¡Cómo no me vi'acordar, preciosa!

—Sonso.

Después, juntos habíamos buscado la pequeña joya y habíamos encontrado nuestros juegos.

Esa tarde no me había reñido, y al apartarnos, no fuí yo quien dijo:

—Mañana te espero.

Pobre chinita, aquel mañana había sido nuestro último encuentro.

Distrájome de mis pensamientos la cruzada del río. Volvió a formarse el remolino y el griterío, osciló la tropa asustada, hasta que los primeros novillos se echaron al agua. Llenóse de espuma, de risas y roturas, la corriente arisca; salimos a la