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ACTO I.
ESCENA PRIMERA.
Venecia.—Una calle.
ANTONIO, SALARINO y SALANIO.
O entiendo la causa de mi tristeza. Á vosotros y á mi igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni áun acierto á conocerme á mi mismo.
SALARINO.
Tu mente vuela sobre el Océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras ó ricas ciudadanas de las olas, dominan á los pequeños traficantes, que cortésmente les saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.
SALANIO.
Créeme, señor: si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaria de él mi pen-